Todavía hay quien conserva vinilos, cintas de cassetes y CDs como si de reliquias se tratara. Los amontonan cuidadosamente en grandes estanterías en lugares bien visibles, siempre dispuestos a bucear en su biblioteca musical en busca de alguna perla editada hace más de 30 años. Son fanáticos que predican que solo lo analógico mima el sonido de los acordes, que ninguna canción será lo mismo en el frío e insensible altavoz de un Iphone. Idólatras de tiempos pasados, miembros del clan del odio hacia la modernidad sonora, son especímenes sectarios en peligro de extinción, últimos arquetipos del iluso sueño de que después de los Zeppelin y los Maiden solo está la nada.