Desde el inicio de la globalización a mediados del siglo anterior, los flujos migratorios se han constituido como uno de los elementos más importantes de las relaciones mundiales. Su gestión e integración ha supuesto uno de los mayores retos para los países destinatarios de inmigración, así como una de las grandes fuentes de cultura y conocimiento en las sociedades multirraciales de Occidente. Por su parte, la Unión Europea ha basado su crecimiento demográfico y económico en la supresión de las fronteras internas, ampliadas con la integración de la mayoría de los Estados del Este, dando lugar a un conglomerado de naciones abiertas y con los mismos valores pese a sus diferentes procedencias.